sábado, 17 de septiembre de 2011

camboya

Tener cabeza es desde luego un incordio. Véanse el dolor de muelas y las enfermedades mentales. No hablemos ya del insomnio. Tener cabeza nos obliga a tomar decisiones, lo que es tremendamente molesto. Acuérdese si puede de alguna decisión que haya tomado que fuera totalmente correcta.

Tener cabeza es incluso peligroso. Piense en la humillación, en la rabia, en las oscuras obsesiones. Piense en la cantidad de muertes en el parto por mala posición de la cabeza del feto. Tener cabeza no es sólo peligroso para uno mismo, sino un riesgo para los demás. Haga cuenta de que cada cabeza tiene al menos treinta dientes, algunos de los cuales están muy afilados.

Por eso, en Camboya, decidieron cortarlas. Hace varios años cercenaron la cabeza de la gente.

Desde entonces se han solucionado tantos problemas. Ya no hay guerras ni revueltas. A pesar de que los cuerpos aún pueden sentir hormigueo, sudor frío o temblores, apenas ya nadie sufre de miedo. Además los que viajan en moto ahorran dinero porque ya no necesitan cascos.

Las personas son felices porque sus cuerpos aman y trabajan carentes de rebeldías. Abolieron las dudas. Se evitan las reflexiones que no llegan a ninguna parte, las eternas discusiones, las quejas inútiles.

En la selva, la llanura y la costa, este es el mapa de un país decapitado. Una geografía que duerme tranquila. Un lugar de personas sensatas. Cuando amaina el monzón los cuerpos se tienden a secar como trajes de buzo en el tendedero. En verano, el agua se riega a las gargantas por embudo.

Rara vez echan de menos los tiempos en que aún se peinaban. Aunque a veces, por la costumbre, regalan a los niños rompecabezas, libros o chicles; y cierta nostalgia les lleva a adorar dioses de cuatro caras, serpientes de siete cabezas. Incluso algunas señoras aún sienten debilidad por los sombreros.

Resultado de esa difusa nostalgia es el escaparate de cabezas que se exhibe en la capital - aunque por supuesto no están a la venta -. Desde la vitrina cientos de cuencas oculares contemplan los inútiles cuellos de los viandantes con una extraña mirada vacía.

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