domingo, 22 de diciembre de 2013

Qué llevar a tus citas, ¿veneno o factura?



Hace unos días, la feminista mexicana Marcela Lagarde, dio una conferencia en Fuenlabrada a propósito del amor hetero-romántico (1).

Según ella, los hombres no nos tomaban tan en serio como parejas porque creían en la eterna disponibilidad de las mujeres. 
No tenían miedo a llegar a viejos solos porque daban por descontado el ser amado.
Contaba que se desenamoraban rápido, que pronto les caímos pesadas porque tenían que atender a otras prioridades. Y que por eso siempre se contenían emocionalmente, al contrario de nosotras, que explotábamos emocionalmente, creyendo haber encontrado un alma gemela.
Más allá, decía Lagarde: los hombres cuando expresaban afecto, lo hacían con empeño solo si esto alimentaba su ego de poetas.

Me enfadé al escucharla. Si se cumplía la predicción de Lagarde estaba dispuesta a llevar veneno a mis citas.
Así que, antes de decidirme, pregunté sobre el tema a una muestra poco significativa de amigos, pero cuyos resultados me sirvieron para reflexionar.

¿Jugáis con ventaja los hombres?
Lo primero y más llamativo de todo es que muchos de los hombres a los que pregunté no entendían estas afirmaciones de Lagarde.  Algunos las veían ambiguas y no sabían si posicionarse en el sí o en el no.

Mientras, las mujeres las comprendían de inmediato al leerlas, y una me dijo "Cariño, deja de retratar a mi ex".

Sin embargo, cuando comenzaron a contestar, los hombres no le dieron la razón a Marcela Lagarde. Al contrario, muchos hombres me respondieron muy románticamente.

Respecto a la expresión de sus sentimientos es verdad que muchos se mantenían recelosos, pero algunos afirmaban romper límites sin medir consecuencias.

Hubo respuestas conmovedoras: "No sé si será ego, pero a mí me da orgullo hacer feliz a mi pareja, lo que más echo de menos de mi ex es hacerla reír."

Si bien era cierto que el miedo a envejecer solos era menor entre los hombres que entre las mujeres,  no daban por hecho que encontrarían a un amor incondicional.
De hecho alguno afirmó que no les gustaba que las mujeres se entregaran incondicionalmente "porque es como si se arrastraran... porque su entrega se basa en su baja autoestima"

Los hombres veían el amor incondicional como sumisión. Las mujeres por el contrario lo veían más bien como peligroso. Ellos, en sus respuestas, no mostraban miedo, pero se mostraban cuidadosos con las mujeres, como si tuvieran que hacer un esfuerzo para no hacer daño.

La percepción de las mujeres, sin embargo, era más parecida a la realidad que describía Lagarde.
Dos chicas de 16 años me dijeron: "Qué sería del amor si nosotras dejáramos un día de dar. Dejaría de existir."
Y a las ancianas de ochenta, esas viudas que envejecen solas, al contrario que a los ancianos, las oigo abominar de la sola posibilidad de aguantar a otro hombre más.

Sé, por otro lado, que son las mujeres las que rompen más relaciones. A pesar de haber sido educadas para sentirse fracasadas solas, y a pesar de haber sido educadas para sentirse peor en soledad. Prefieren envejecer solas.

Parece por tanto que las relaciones afectivas tienen muchas más probabilidades de decepcionar, de dañar a la mujer que al hombre.

Y al final lo que sirve en una relación de pareja es la subjetividad, cómo la vives y no lo que quiera mostrar el otro.

¿De qué servía que los hombres se sintieran Romeo si las mujeres no se sentían Julieta?

Podéis pedirnos "espabilad", "realismo", "olvidaos de los cuentos del príncipe azul", o "mantened distancia emocional".

Pero, está comprobado: no sirve, generalmente. 

Y es que nos crujen la cabeza desde pequeñas siempre con la idea, con la sospecha, de que no merecemos ser queridas. O bien porque tenemos los pies muy grandes para lo zapatitos de Cenicienta o bien porque tenemos el culo muy grande para los pantalones de Stradivarius. El caso es que no encajamos en la belleza o aún más, en la normalidad. La exclusión social nos hace intuir, entonces, que nunca seremos queridas.

Y nos entregamos en extremo, porque siempre creemos que tenemos que compensar esas taras. Creamos relaciones poco simétricas.

Al final de la jornada, bien sea por el cansancio del amor, bien sea por estar siempre dando sin recibir lo mismo a cambio, nos sentimos poco queridas, decepcionadas y curiosamente, interpretamos que era verdad esa intuición nuestra adolescente: nos damos cuenta de que no merecíamos ser queridas.

Arriesgamos demasiado las mujeres cuando nos enamoramos. ¡Toda nuestra autoestima!

Mi consejo, por tanto, para minimizar estas pérdidas, es claro: COBRAR.

Objetivar beneficios es mucho más racional.
De esa manera las relaciones tienen menos probabilidades de ser insatisfactorias y nuestra autoestima de verse herida.

Cobrar no es una idea nueva. Es algo que de manera implícita se lleva realizando desde tiempo inmemorial.
Es lo que se esconde tras el deseo de que un hombre tenga dinero o seguridad económica.
Es lo que se esconde tras la galantería de pagar las facturas o colmar a regalos.

Ya se han tasado en los divorcios: el coste de los consejos, los apoyos, las coladas, la comida, los cuidados. Aunque hay cosas superadas, hay otras que parecen perennes como la de ver la basura antes que tú y tener que pedirte cada noche que la saques, cuidar de tu madre como tú nunca harías con la mía o priorizar siempre tu trabajo cuando tenemos hijos.

Mi consejo es cobrar desde el principio, para evitar pesadas negociaciones a posteriori.

Un consuelo para las románticas incurables a quienes les pueda dar grima este materialismo: Si finalmente el romance sale bien y dura toda la vida, siempre podrás dejar el dinero como los caseros, en depósito, pendiente de devolverlo solo si al final no hay ningún destrozo.

Cobrar, dirán algunos, es cosificarnos aún más, prostituirnos, convertirnos en objeto.
No si lo hacemos explícito. Al contrario, es valorizar objetivamente un sacrificio que ahora se nos paga con limosnas. Es resarcirnos de la insatisfacción que el amor romántico nos acarrea.

¿Que os llaman interesadas? Yo os invito a establecer un precio standard por hora y expedir factura.

¿Cuánto nos cuesta al fin y al cabo mantenernos a punto?
Dietas, cremas, maquillaje, intentar encajar en una talla para la que aún fabriquen ropa.

Y yo pregunto, ¿todo eso lo hacemos gratis?, ¿todas esas cremas anticelulíticas se supone que han de ser una inversión? ¿En qué estamos invirtiendo? ¿en un amor insatisfactorio o probablemente insatisfactorio?

¿Y aquellas que se pelean por pagar a medias la cuenta? ¡Vamos, mujeres, transcendamos nuestra mansa inocencia!

¿De qué estamos hablando?

Cremas de hombre: aftershave y antiarrugas
Cremas de mujeres: crema hidratante, crema depiladora, crema antiarrugas noche y día, crema anticelulítica, crema para las bolsas, crema para la papada, crema para las patas de gallo, crema reductora, crema moldeadora,...

Maquillaje de hombre: 0
Maquillaje de mujeres: Rimmel, base, corrector, polvos, lápiz, delineador, barra de labios, colorete,...

Dietas de hombre: Pocas.
Dietas de mujeres: la de la piña, la de la savia, la de la alcachofa, la del pollo, la Dukan, la de la anorexia, la de la bulimia, la del TAC...

Ya no vamos ni a hablar del costo en salud, en dinero y en visitas a un ginecólogo -que te mete un aparato por la vagina-, de los anticonceptivos.

Porque estas son solo algunas de las muchas razones por las que al hombre, al final, el amor no le puede salir gratis.



Y a las que esto os parece una locura esta propuesta, yo os pregunto, cuántas de vosotras os habéis preguntado alguna vez... después de una relación insatisfactoria en la que al final:

1.- o has estado cuidando de un hombre sin espíritu,

2.- o has estado follando con un ególatra,


¿cuántas de vosotras no habéis pensado...



... si al menos hubiera cobrado?



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