domingo, 31 de agosto de 2014

No son ellas, somos nosotras


Ser asesinada por tu pareja hoy en España, te convierte en la mujer que no lucha. En la tonta.
Lo dice la prensa, son sus iniciales sucias, donde nunca hablan de lo que la mujer hizo por sobrevivir (del tiempo de lucha, del forcejeo) y siempre hablan de lo que la mujer no hizo por sobrevivir (no denunció).

Ser asesinada por tu pareja hoy en España, te convierte en su propiedad. En la suya.
Lo dice la prensa "apuñala a su mujer", "la mató a golpes porque...", "degolló a su esposa de 43 años"

Ser asesinada por tu pareja hoy en España, te deja sin identidad. Te convierte en la nada
Nadie recuerda los nombres, no hay ningún homenaje, solo páginas amarillas de periódicos de provincia.

Ser asesinada por tu pareja te convierte en un número. Pero incluso eso, solo cuando son magnánimos, y tu posibilidad de entrar en el conteo no se precipita por el desagüe por alguna excepción a la ley.

¡Qué gran victoria para el asesino! Se diría que consiguió lo que quería, que ella sea la tonta, la suya, la nada.

¡Qué gran victoria para el asesino cada silencio del gobierno! ¡Es lo que siempre quiso!
Le susurrará al fantasma de la asesinada por fin te tengo callada, por fin nadie te escucha, por fin te enteras de que no vales nada. 

¿Por qué nadie recuerda sus nombres, nuestros nombres? 
Todo son alicientes para el asesino.

Yolanda, Raquel, Verónica, María, Gregoria, Andina, Esperanza, Mónica, Mª del Carmen, Nuria, Sara, Isabel, Rosa, Araceli, Mª Dolores, Mª Helena, Maria Belén, Plha, Ana, Adela, Mª Luisa, Silvia, Patricia, Maria de los Ángeles...

Hay que rescatarlos, rescatarlos todos, y no dejar ninguno pendiente por las excepciones de la ley.
Hay que repetirlos más.
Hay que repetirlos siempre.

Esta mañana el hospital en el que está ingresada una mujer que ayer fue apuñalada no una ni diez veces, sino veinticinco veces por su pareja, declaró a la prensa que estaba muerta. Luego rectificó y dijo que seguía viva.

El propio hospital donde está ingresada no sabe si está viva o no.

Que salen y dicen que se ha muerto y luego es que no.

¿Pero tan poco importa que estemos vivas?
Bailan con nuestros números y con nuestra vida como si fuéramos mercancía. 
Nos dan aproximaciones del número de asesinadas como quien contara docenas de huevos.

¡Qué gran victoria para el asesino!, ¡qué gran aliciente!

Recordad siempre. No son ellas, las otras. Somos nosotras, nosotras mismas. Y la prensa, el gobierno y gran parte de la sociedad están invitando a los machistas a matarnos. 

sábado, 30 de agosto de 2014

Tlön, Uqbar y España




El martes, un hombre atraviesa un camino desierto y hay nueve mujeres vivas. 

El jueves, un hombre encuentra en el camino cuatro mujeres, algo golpeadas por el hombre del miércoles. 

El viernes, un hombre descubre tres mujeres inmóviles, tumbadas en el camino. 

Una igual soy yo. Pero no estoy segura. El hombre no termina de confirmármelo.


El viernes de mañana, un hombre encuentra dos mujeres esposadas en el corredor de su casa. 

El sábado un hombre encuentra 55 mujeres asesinadas.

Ese domingo el gobierno afirma que son 41 las mujeres muertas.

El lunes, un hombre del gobierno dice que todo es falso.

La de la denuncia falsa igual soy yo, pero no estoy segura. 
El representante del gobierno no termina de confirmármelo.


jueves, 28 de agosto de 2014

El mito del feminismo burgués en el comunismo totémico


El comunismo totémico es una pseudo-política que practican a menudo los varones blancos jóvenes y que confunde la lucha contra la inequidad humana (mediante una revolución que destruya los criterios de opresión) con la adoración a símbolos y el culto al patriarca.

El comunismo totémico convierte a pensadores y luchadores marxistas en tótem de hombres blancos.
En el comunismo totémico se practica el culto al patriarca como si de un dios se tratara, nunca se contextualizan las aportaciones de cada pensador marxista en tiempo y lugar, ni se registran sus humanas limitaciones.

En el culto al patriarca del comunismo totémico destacan las referencias constantes al anti- imperialismo de la mano de V. I. Lenin (hombre blanco y europeo).  Jamás de la mano de negras marxistas como Angela Davis.

El culto al patriarca en el anti-imperialismo lleva a absurdos tan grandes como a divinizar nuevas figuras latinoamericanas como Chávez, mientras se desconocen por completo las luchas indígenas de América Latina.

A pesar de las nuevas adscripciones como Chávez, en el comunismo totémico se repiten sobre todo frases de principios del Siglo XX, de varones blancos empeñados en salvar a la humanidad; y los jóvenes comunistas totémicos cuentan batallas de la URSS como si fuera su mili.

En el comunismo totémico se habla mucho de clase, pero se niega que el género sea una clase, la primera clase definida de todas, la de media humanidad aprovechándose del trabajo de otra. Y es que el comunismo totémico no ha leído a Monique Wittig o a Silvia Federici y niega tajantemente (como dogma de fe) que los proletarios hayan sido internamente divididos para que los hombres blancos proletarios controlen y opriman al resto de la clase asalariada (y en general menos asalariada o nada).

Los comunistas totémicos no practican un comunismo de razón sino de símbolos. Tras la muerte de sus figuras totémicas, se apresuran en desoír las palabras de cualquier otro, y sobre todo de cualquier otra.
( Y si es negro lo escuchan de lejos, como lo exótico, lo peculiar, lo accesorio) 



Desoyen las palabras de cualquier otro, y sobre todo de cualquier otra, que avance sobre lo que dijeron sus tótem de hombres blancos, o los contradiga mínimamente; considerándolo herético.  Hay muchas herejías en el comunismo totémico, como la herejía trotskista, la herejía pequeño-burguesa, o la herejía feminista.
"La religión es el opio del pueblo", decía Marx, pero los comunistas totémicos pensarán que se refería a la de otros.

Los jóvenes totémicos, a pesar de que parece que no han leído ningún libro que no sea de algún autor oficialmente comunista (excluya a los trotskistas, a los revisionistas, y a los pequeño-burgueses); a pesar de no haber leído a ninguna feminista normal (normales de las que leemos todo el mundo); al parecer sí deben haber leído a unas denominadas "feministas burguesas", a juzgar por el extenso conocimiento que dicen tener de tal ideología. A juzgar por las peroratas que dan del tema. A juzgar por las discusiones que se traen.

Aunque nunca dejan muy claro si las feministas son burguesas o las burguesas son feministas.
¿Será que como las amas de casa y las paradas no somos asalariadas debemos ser burguesas? ¿Es lo que tiene nombrar a la clase proletaria "asalariada", en función de los parámetros del hombre blanco? ¿Que luego los esclavos, parecemos privilegiados?

Es deber de todo comunista acabar con toda opresión en el mundo. Eso significa la utopía de la comuna y no ninguna otra cosa.
Entonces, comunistas totémicos  ¿por qué seguís parafraseando a hombres blancos para hablar de racismo, o a Engels para hablar de derecho de las mujeres? 

"Bueno es que eso no es importante"... dicen, totémicamente a coro. Porque lo importante, lo único realmente importante es la relación proletario/burgués...  para el hombre blanco, el de vuestros tótem.

"Bueno, es que eso es lo único científico"... dicen, totémicamente a coro. De la ciencia de los hombres blancos, los de vuestros tótem.

"Y la interseccionalidad de clase, género y raza es un postmodernismo no científico de mujeres desocupadas y OBVIAMENTE, no científicas". ("Desocupadas" u "ociosas" significa en lenguaje totémico que probablemente os está haciendo, y gratis, la colada).

¿Somos las feministas burguesas porque poseemos los medios de producción en el estado capitalista o porque para vosotros es burgués todo movimiento que habla de opresión, pero no prioriza la vuestra, vuestra lucha prioritaria de hombres blancos, la del asalariado vs. burgués? 

¿O es que burgués es vuestra forma de insultar lo que pone en riesgo vuestros privilegios de hombre blanco?

Espabilad, comunistas totémicos, porque os estamos pasando de largo, y la revolución será nuestra. 

Mientras vosotros seguís adorando la estatua de Mao en algún museo de cera, nosotras desarrollamos el pensamiento anti-opresión más avanzado de nuestra época.  Ya lo hizo Mary Wollstonecraft en su época, Simone de Beauvoir en su época.

Y sin embargo, hoy seguimos avanzando, construyendo más allá de ellas, porque las contextualizamos en su tiempo y no necesitamos tótems.

Y es que el machismo es una conducta gremial, de imitación, que necesita patriarcas; pero el feminismo es una lucha que solo necesita referentes para seguir navegando sola.


La revolución será nuestra, comunistas totémicos, nuestra, del marxismo feminista, mientras vosotros seguís con vuestros tótem y vuestras piedras, pagando la entrada de algún museo de cera. 


miércoles, 27 de agosto de 2014

Bullying: Todo el mundo le quitaba importancia, ni siquiera ella se dio cuenta bien de que le hicieron bullying, hasta que no vio las profundas secuelas que le quedaron

Nunca me he considerado víctima de bullying en el colegio. Vale que desde bien pequeña – preescolar – en clase se burlaban de mi por mi nombre (poco común entre la gente de mi edad), mi frente, que es más amplia de lo normal, y que no aprendí a pronunciar la “s” correctamente hasta los 7 años. A ninguno de los adultos a los que le hablaba de estas cosas parecía importarle, siempre me decían “si no les hacen caso se cansarán” y pasaba del tema, así que asumí que si para los adultos era normal que me insultaran, entonces es que era realmente normal.

Crecí como una niña introvertida a la que le gustaba mucho estudiar, hacía ballet y era la favorita de los profesores. Eso no me ayudó demasiado a hacer amigos. Ya no se metía nadie conmigo, pero era la empollona, y eso a aquella edad era un señor estigma. Como siempre que le hablaba a mi madre de que todos los niños eran raros me decía “todos los niños no pueden ser raros, la rara eres tú”, me adapté al papel de rarita lo mejor que pude, y ahí podía haber quedado la cosa.

Pero en quinto de EGB llegaron a clase un grupo de alumnos de otro colegio. Uno de ellos había sido el chico más listo de todo su curso, cosa que no tardó mucho en pregonar a los cuatro vientos. Nos caímos bastante bien, él no tenía ningún prejuicio contra mi porque no me conocía de antes, así que trabamos amistad. Y fue muy buen amigo mío. Hasta que nos dieron los resultados del primer examen que hicieron junto con nosotros.
Yo había sacado más nota que él. Y de hecho, lo volví a hacer varias veces más en el futuro.

A partir de ese momento – y cada vez que le superaba en algo, la cosa iba a peor – ese chico invirtió toda su energía en hacer que todos los alumnos del colegio me despreciaran. Yo ya era la rarita que no terminaba de caer bien a nadie, así que el chico no tuvo que currárselo mucho: Para el final de ese curso incluso la “marginada” de clase se burlaba de mi delante de mis compañeros de clase, y ellos le reían la gracia. Nadie pareció pararse a pensar que los insultos habían empezado porque un niño me tenía envidia; simplemente era gracioso reírse de la empollona, así que lo hacía todo el mundo. Y también volvieron los insultos que recibía cuando era más pequeña.

Cuando cumplimos doce años mis amigas se empezaron a interesar por los chicos, pero yo no compartía ese interés. Entonces las burlas pasaron a cosas como “no sabe lo que es un pico, menuda idiota” o “no vas a conseguir novio en tu vida, nadie te va a querer nunca”. Y no solo en clase. Cada vez que me cruzaba con algún chico del colegio, me soltaban alguna.

Como mis padres querían que tuviese amigos y saliera, pues salía con el grupo de chicas de clase que mejor me trataba, intentaba integrarme. Porque era lo que me decían todos los adultos, que debía quejarme menos e intentar no ser tan rarita. Pero para mi cada interacción social era un calvario. No sé cómo, pero había corrido la voz y no había un solo niño en el barrio – que vale, tampoco era tan grande – que no me conociera de oídas. No todos me insultaban, pero todos me trataban como la “acoplada”; no terminé de cuajar en ninguna pandilla, y cuanto más dada de lado me sentía, menos me juntaba con ellos, lo que hacía que me diesen más de lado aún. Empecé a quedarme en casa leyendo siempre que mi madre no me obligaba a salir, y creo que aunque siempre he sido un poco brusca hablando, comencé a usar la agresividad verbal cuando notaba que se reían de mi más o menos por esa época.

Recuerdo sexto de EGB como un calvario. Todos los días tener que ir a clase y aguantar las burlas era demasiado. Solo quería que se acabasen las clases para irme a casa y estudiar o leer. Mis profesores sabían que lo estaba pasando mal. También mis padres. No recuerdo que ninguno me apoyase en ningún momento. Sé de buena tinta que mi madre nunca creyó nada de lo que le conté de esa época.

En séptimo y octavo – que fueron 1º y 2º de ESO, de hecho – dejé de relacionarme con la gente de mi edad. Interactuaba lo imprescindible con ellos, salía con “el grupo” cuando no me quedaba otra, incluso invitaba a gente a celebrar mi cumpleaños. Porque los adultos me decían que eso era lo que debía hacer, que la rara era yo, que tenía que adaptarme y ser una niña normal. Aunque el curso anterior había comenzado a pedirle a mi madre que me cambiara de colegio y  no había conseguido convencerla, el que cambiaran el plan de estudios hizo lo que mis ruegos no habían logrado, y solo tuve que aguantar dos años más de aquello, porque para 1º de BUP (3º de la ESO) me trasladaron a un instituto de la zona que aún no había cambiado de plan de estudios. Realmente no puedo pensar en esos dos años restantes como de “acoso escolar” tanto como de “ir a clase, pasar de los insultos, volver de clase”. Para mi se volvió normal que todos los días alguien se burlara de mi por cualquier cosa, era así como el mundo estaba hecho, y también se convirtió en algo normal el responder con agresividad verbal cuando me sentía herida. Hasta el punto de empezar a usarla incluso cuando nadie me insultaba. Y a la pila de motivos para reírse de mi se añadió el de “la borde”.

Gracias a dios en el instituto al que me cambió mi madre, por algún tipo de mágica casualidad, los populares eran los que sacaban mejores notas, y a nadie le importaba que fueses rara porque todos eran un poco raritos. Pero yo ya era una borde asocial, y aunque me incorporé a un grupo de gente para salir, y salía con ellos los fines de semana, nunca llegué a “ser del grupo”. Y tampoco quería serlo.

Y sigo sin querer ahora. Nunca he hecho amigas íntimas. Nunca he tenido grupo “fijo” para salir. Siempre he preferido quedarme en casa con un libro a quedar con gente. Y soy borde. Mucho. Demasiado. Ataco verbalmente a la gente – no importa a quien, al que esté cerca en ese momento – cuando me siento atacada, agobiada, preocupada, triste o asustada. Me he cargado amistades por ello. He perdido trabajos por ello.

El psiquiatra dijo que solo era un problema de nervios. Mi madre sostiene que mis problemas vienen de no creer en Dios. Yo creo que no lo estoy haciendo del todo mal para cómo podría haber acabado.


martes, 26 de agosto de 2014

Bullying: Tortura infantil, una vez más.

Aunque he tenido que parar varias veces porque no podía reprimir las ganas de llorar, he logrado escribir mi historia.

Cuando leo las historias de vida que se recogen en este blog me pregunto si también fui víctima de bullying o simplemente fueron cosas de críos. Si os he de ser sincera, nunca sufrí situaciones tan escalofriantes como las que se han expuesto en este espacio y aunque sí padecí lo que se puede calificar como maltrato psicológico y algunos episodios de agresión física, tuve la suerte de que nunca nadie intentó atentar contra mi vida, mi familia no sufrió ningún tipo de acoso y jamás abusaron sexualmente de mí. Así que tras leer todas estas historias me pregunto: ¿realmente fui una víctima de bullying? Y a partir de aquí reflexiono.

Una de las herramientas para perpetuar la agresión verbal, física o psicológica entre iguales es precisamente el transmitir una imagen normalizada de la misma. El afirmar que “son cosas de críos” se vuelve un arma que dota de total impunidad al agresor, deja desvalida a la víctima y permite a los adultos que conocen la situación eludir su responsabilidad en la resolución del problema. Es mucho más fácil normalizar la situación que tomar cartas en el asunto, afrontar que existe un conflicto y tomar medidas al respecto. Da mucho menos trabajo. De esta forma, el acoso entre iguales que no llega a ciertos niveles de agresión y abuso o que no acaba con un evitable suicidio, pasan totalmente desapercibidos. Y aún así, aunque lleguen a tal gravedad, en muchos casos se ignoran por pura comodidad.

Así se transmite, de generación en generación, la tolerancia al abuso entre iguales. Las víctimas preferirán no pensar en sus años de escolarización y los agresores recordarán sus “bromas” entre carcajadas, sin ser conscientes del daño que pueden haber causado porque han aprendido que es algo normal, juegos de niños sin consecuencias para ellos. Lo sé porque he escuchado atónita a personas recordar entre risas barbaridades que yo había sufrido en manos de otros.

Durante mis primeros años de escolarización pasé prácticamente desapercibida ya que toda la atención de los agresores estaba dirigida a una niña de mi clase con obesidad, a la que insultaban y marginaban de forma continua por su peso. Recuerdo con especial tristeza una época en la que cuando se sentaba en su pupitre toda la clase movía las mesas al grito de “terremoto”. Creo que nunca llegué a participar en las bromas y en los insultos, pero tampoco me esforcé en integrarla o inmiscuí en la situación para defenderla, algo de lo que siempre me arrepentiré.
Tras unos dos años de acoso se cambió de colegio. Coincidí con ella hace poco y sólo tenía buenos recuerdos de aquellos que la humillaron día a día por mero entretenimiento. Jamás sabré si es porque le enseñaron que era normal que la agredieran continuamente o porque desarrolló un síndrome de estocolmo.

Aunque no recuerdo exactamente en que curso empezó mi calvario, sí puedo afirmar que fue a raíz de que una chica empezara a ir con mi grupo de amigos de clase (éramos dos chicas y dos chicos que jugábamos a Sailor Moon y a Bola de Dragón... unos “raros” que interpretaban personajes de series en vez de jugar a los juegos típicos de niños o de niñas -yo interpretaba a Ami o a Trunks dependiendo de la serie que estuviéramos interpretando-). La cuestión es que D dejó de ir con su grupo de amigas habitual para unirse al mío, momento en el que empezó todo... ya que pasé a ser amiga de la persona que incitó en un principio a otros a hacernos bullying.

Me explicaré.

D era una persona cuyo bienestar se encontraba en la destrucción de otras personas (más tarde comprendí el por qué -su padre era alcohólico y maltrataba a su madre, de forma que la chica no estaba muy bien psicológicamente-). Los niños que iban con nosotras se apartaron del grupo al poco de venir ella y quedamos tan sólo las niñas (D, J y yo). A partir de entonces, J y yo empezamos a tener problemas con el resto de chicas de la clase (las anteriores amigas de D). Nos increpaban, insultaban, acorralaban e incluso golpeaban por cosas que decían que habíamos dicho de ellas y que no eran verdad. Lo esgrimían contra nosotras en forma de agresión... aunque la causa real era que éramos diferentes: no participábamos en los mismos juegos, no nos interesábamos afectivamente por los chicos (ni nos interesaba jugar a “la botella”), no pertenecíamos al séquito que adoraba a la líder (la guapa de la clase) y, en general, nos salíamos del rol y de los estereotipos que debíamos cumplir. Íbamos a nuestro rollo y eso les molestaba, por lo que necesitaban someternos y hacernos sumisas.

Paralelamente, D se encargaba de que J y yo estuviéramos continuamente en conflicto. A base de manipulación pura, nos ponía siempre una en contra de la otra, de forma que una de las dos era marginada mientras ella permanecía en el centro, tomando partido de un bando u otro según cómo le apetecía y convenía. Parece algo surreal, pero esta dinámica de amistad duró cinco o seis años a pesar de ser ambas conscientes de que estábamos siendo manipuladas... estábamos tan aisladas y marginadas del resto a raíz de los rumores, teníamos el autoestima tan destrozada y carcomida, que a pesar de ser conscientes del daño que nos estaba provocando... la queríamos y agradecíamos que quisiera ser nuestra amiga... ya que nadie más quería serlo.

A lo largo de los años la violencia fue expandiéndose y focalizándose sin necesidad de que D hiciera nada para que se produjera. Lo que al principio fue un acoso por parte de un grupo de personas reducido acabó en el acoso por parte de toda la clase... al que más adelante se juntaron otras. J empezó a desarrollarse y aunque durante un tiempo se burlaron de ella por el tamaño de sus pechos (“la vaca que ríe” la llamaban porque su sonrisa y pechos eran muy grandes), luego se interesaron por ella a nivel sexual, pasando de acosarla a intentar seducirla. Yo no era atractiva, así que no merecía tolerancia, por lo que siguieron llamándome “gorda” y riéndose de mis aficiones (cómics, dibujo y otras frikadas en general)... pero eso no era lo peor.

Que sí, dolía. Me sentía gorda, fea, despreciable, indigna, vomitiva, patética, ridícula y repulsiva. Quería morirme y lloraba por las noches... pero prefería los insultos a ser ignorada. Había días en los que me dejaba de hablar toda la clase: me encontraba sola en el recreo, bloqueaban todo tipo de interacción conmigo, no me respondían y evitaban mirarme.

Esos días me quedaba sin comer porque no quería ir sola al comedor del colegio y demostrar públicamente (es uno de los colegios más grandes de mi ciudad) que era una fracasada social, un ser indeseable. Me sentía pequeña e insignificante y cada vez estaba más segura que si desaparecía tan sólo le haría un favor a todos los de mi alrededor y a mí misma.

Fue entonces cuando empecé a somatizar la ansiedad, a padecer fuertes dolores de barriga, a tener bruxismo, eccemas, insomnio, pesadillas y estados de hipervigilancia. Me costaba respirar, me mordía el carrillo interno para provocarme dolor físico y evitar echarme a llorar repentinamente (los tengo deformados por dentro, como mal cicatrizados, ya que me mordía muy fuerte). Vestía totalmente de negro para pasar totalmente desapercibida e iba siempre con el pelo tapándome el rostro. Quería desaparecer a los ojos de todos.

Entonces todo empeoró. Un día, fuimos al teatro y D me cogió de la mano, algo que con 13 años vi normal. Un par de días después, al cambiarnos en el vestuario después de la clase de educación física, me quedé mirando a una chica repetidora porque tenía estrías y no sabía ni que eran, lo que fue entendido como interés sexual por mi parte. Se extendió el rumor de que era lesbiana. Las chicas de mi clase se empezaron a cambiar a escondidas para que no las mirara y a rechazarme aún más abiertamente. Las de otras clases me acorralaban en el baño para preguntarme sobre mi sexualidad y agredirme verbal o físicamente (depende del día) tanto si respondía negativamente como si me negaba a responder. La verdad es que no estaba interesada sexualmente por ningún género, me habían gustado otros niños, sí, pero aún no sentía ningún tipo de apetito ni curiosidad sexual hacia nada... tampoco entendía qué importancia tenía lo que me gustara o dejara de gustar. Sin embargo, a pesar de no ver nada malo en ello ni haber decidido mis preferencias, la forma en la que me trataban esas personas ante la posibilidad de que fuera homosexual me llevaban a negarlo, me transmitían que era algo malo y punible. Lo más curioso es que algunas de esas personas salieron del armario al terminar la secundaria. ¿Cómo alguien es capaz de castigar a otra persona por algo que supuestamente comparte? Jamás lo entenderé.

A lo largo de los años todo este maltrato fue complementándose con destrucción del material escolar, robos, falsas acusaciones a los profesores, agresiones físicas y otras lindezas... acabando al cambiarme de clase en cuarto de ESO, dónde conocí a un grupo de chicas maravillosas (muchas repetidoras) que me aceptó, integró y me permitió escapar del agujero en el que estaba atrapada.

Sin embargo, el daño psicológico siguió ahí.

Tengo serios problemas de autoestima tanto físicos como sociales. A los 15 años tuve un desorden alimenticio “leve” que me hizo perder 10 kilos (que luego recuperé y luego volví a adelgazar a causa de una depresión) y actualmente, a mis casi 29 años, a pesar de que peso 50 kilos y mido 1'65, me veo gorda, por lo que a pesar de estar delgada (y de ser consciente de que no hay nada malo en estar gordo) me cuesta horrores que me vean en bikini en la playa y si engordo lo más mínimo me deprimo a niveles exagerados.

En cuanto a mi autoestima social, aunque sea una persona que tiene muchos colegas... me cuesta relacionarme con personas nuevas, en grupos grandes y tengo la sensación inexplicable de que caigo mal y de que todo lo que digo o hago me hace quedar en ridículo... por lo que, a veces, tras estar con mis amigos siento ansiedad por lo que puedan haber pensado de mí, sintiendo malestar durante varios días. Me cuesta establecer relaciones estrechas y llevar la iniciativa a la hora de quedar por miedo al rechazo.

También tengo problemas de ansiedad... y lo curioso es que lo descubrí en una clase de psicología en la Universidad ya que hasta ese momento creía que era una persona muy tranquila. Unas pruebas que me hicieron mostraron que mi nivel de “ansiedad estado” (lo ansiosa que está una persona de forma natural, por su forma de ser) es muy elevado (muy, muy elevado). De ahí que a veces sin razón aparente me cueste respirar, me salgan eccemas nerviosos, dolores de estómago inexplicables, desajustes intestinales (por decirlo suavemente), problemas del sueño, bruxismo... y cuando realmente me pasa algo que pueda provocarme estrés: migrañas, me parece que todo lo que ocurre a mi alrededor es irreal (ajeno a mí) y me cuesta hablar, pensar y recordar cosas. Creía que todo esto era normal, que le pasaba a todo el mundo, hasta que al estudiarlo descubrí que estoy totalmente rota por dentro. Esto provoca que, además, sea más propensa a padecer depresiones y otras enfermedades físicas. A veces me pregunto cómo debe ser la vida de una persona sin ansiedad, qué deben sentir ellos en su vida normal cuando lo normal para mí es lo que ellos sufren cuando están ansiosos.

Cuando salió facebook muchas de las personas que me hicieron sufrir me agregaron como amigos, solicitudes que fueron ignoradas en su mayoría. Al encontrármelos por la calle me tratan con alegría, como si durante esos años no me hubieran torturado injustamente... porque creen que lo que pasó era normal, que no hicieron nada malo. No hubo consecuencias para ellos, no conocen las consecuencias que provocó en mi personalidad.

Mis padres no supieron lo que pasó hasta que acabó todo. En ciertas ocasiones sospecharon por mi conducta y porque no era feliz, pero como lo negaba muy acaloradamente tener algún tipo de problema (sentía que era mi culpa y no quería que me vieran con los mismos ojos que el resto... no fuera que dejaran de quererme o algo) no sabían muy bien qué estaba ocurriendo. Años después se lo confesé a mi madre y rompió a llorar desconsolada por la impotencia de no haber podido protegerme durante esos años... porque ella, de pequeña, también sufrió bullying

                                                                               ****

Para servicios a las víctimas de bullying o para dejar tu testimonio, ponte en contacto con http://noacosoescolar.wix.com/sobreviviendoalacoso

lunes, 25 de agosto de 2014

Bullying: Marginada en el cole, marginada en casa



Tengo 20 años, soy una chica de Extremadura y he sufrido bullying en el colegio...

Siempre he tenido amigas, no puedo decir que sufriera un bullying extremo de aislamiento, que debe de ser desquiciante.

Cuando tenía 6-8 años, no recuerdo la edad exacta, estaba gorda, muy gorda. Casi rozando la obesidad.

No era culpa mía, es muy fácil decirte que “comes mucho” o que “no sales a correr y a jugar como los demás niños”. Eso NO es verdad, al menos en mi caso. Yo iba a natación y salía a jugar a la calle, los encargados de mi alimentación eran mis padres, de modo que la culpa jamás es mía. Era mi madre la que al salir de natación me llevaba bandejas llenas de dulces.

Sin embargo, cuando iba a casa de mi abuela, mi abuelo me sentaba y me decía “La belleza ya la tienes, ahora solamente te falta tener la delgadez, comiendo un poco menos, quedándote con un poco de hambre tras cada comida”.

Yo no hice caso, porque era feliz (¿Tan difícil era de entender que a una niña de 8 años no le importaba la belleza, solamente jugar?).

Por esta razón, en el colegio sufrí el bullying típico de cualquier niño gordo, y si eres niña, más, porque como acabo de comentar, tienes que ser hermosa ya a edades incluso infantiles. La frase que más repetía un niño era “Gorda, adelgaza, eres una grasa”.

Como en Extremadura seseamos, la rima adelgaSa-grasa era la gracia. Yo jamás me defendía, ni siquiera respondía, creo que hasta ME REÍA para hacerme cómplice de una cosa que quería tomarme como una inocente broma.

Para más inri, yo siempre he sido buena estudiante, desde preescolar hasta la universidad, y mi profesor potenció la actitud de “”repipi”” hacia mí con comentarios tipo “¿Veis que bien ordenado está el cuaderno de X? Así deberíais tenerlos todos”. Yo adoraba a ese hombre, era el único que me trataba realmente bien y apreciaba mi trabajo en clase, (en casa tampoco lo apreciaban especialmente, como comentaré a continuación) y por un lado me llenaba de orgullo saber que tenía buena letra, que era ordenada, que sacaba buena nota… pero no podía sentirme orgullosa a gusto, sentía las miradas de mis compañeros sintiendo ¿Envidia? ¿Inferiores? No sé, a lo mejor tienen razón y mi profesor no debió hacer eso.

Cuando se jubiló, me dedicó UN DISCURSO. Su discurso de despedida fue algo del estilo “Me voy pero voy a echar de menos a la que, como todo el mundo sabe, tengo debilidad, la mejor que he tenido nunca”. Ni siquiera me sentía libre para sonreír, por dentro estaba casi llorando de emoción, el hombre al que admiraba tanto me admiraba a mí de forma recíproca, pero no podía sonreír o sería linchada el resto de los años de colegio (que aún eran 3…).

Es decir, que era gorda y era trabajadora. Deseaba que llegaran los fines de semana. ¿Me lo pasaba
bien en clase con mis amigas en el colegio? Sí, claro, pero eso no quita que tuviera que aguantar miradas e insultos constantes, de los cuales por supuesto mis amigas no me defendían.

Fingí ponerme mala varias veces, para ver si juntaba con el viernes y me hacía un puente libre de abusones. Mis padres son psicólogos, ambos (aunque a veces no lo parece) y una vez que hice llamar a que me recogieran al colegio por “”dolor de barriga”” antes de llegar a casa me paró delante de un parque y me preguntó que qué me pasaba, que por qué no quería ir a clase. No lo reconocí, no le dije que había un niño que se metía conmigo por gorda, dije que no me pasaba nada, que estaba mala de verdad. Tengo el vago recuerdo de que en unas Navidades sí lo comenté, que no tenía ganas de volver a clase porque se metían conmigo, pero si no lo recuerdo con fuerza, es porque o no me hicieron mucho caso o porque la situación fue mejorando.

Lo que más me duele de esa época, no soy yo. Porque dentro de lo que cabe, me fue bien. Dentro del mundo del bullying, jamás me pegaron en clase, jamás me aislaron por completo… tuve suerte, tenía amigas y me reía en clase. Lo que más me duele es que me hicieron bully pasiva y durante años me sentí culpable.  ¿Tuve épocas de no querer ir a clase, me llamaban gorda, se metían conmigo cuando corría en gimnasia? Sí, pero yo no fui la que más sufrió de mi clase.

Había una niña en clase, a la que también mantendré en anonimato y a la que voy a llamar Mercedes. Era “rara”. Simplemente, era diferente. Muy callada, con cara de no entender… muy tímida… Cuando era pequeña pensaba que tenía una deficiencia mental, todos lo pensábamos, porque sus únicas amigas eran una chica con Síndrome de Down y una chica que sí que tenía una disminución psíquica evidente. Ahora, con perspectiva, creo que estaba perfectamente, que no era “tonta” ni “autista” ni “retrasada”, que solamente estaba reprimida, que tenía MIEDO y que probablemente lo trajera de casa.

A esta niña le hacían bullying constante, gran parte por el MISMO que me lo hacía a mí. Desde que entré al colegio, esa niña “tenía piojos” y nadie podía acercarse, o te contagiarías. Como ya he dicho, yo era la mejor de la clase, y la profesora me la sentó al lado para que la ayudara con los deberes. Automáticamente todos pensaron que yo tenía piojos también, me preguntaban si no me daba asco sentarme a su lado, que si no olía mal… Yo jamás practicaba del bullying, nunca lo he hecho, pero jamás la defendí. Jamás dije “yo me siento a su lado y es una chica normal, dejadla en paz”. Yo era carne de cañón, seguía teniendo sobrepeso, y supongo que también era inevitable que en mi mente hubiera anidado el miedo y la sumisión.

¿Por qué cuento lo de esta compañera? Porque hay escenas que te marcan, y hay una que no olvidaré jamás. A la salida de clase, teníamos unas escaleras. Mercedes, en la parte baja de las escaleras, se quedaba quieta porque mi bully, el de “adelgaza, grasa” se lo ordenaba. Él estaba en la parte de arriba. Por una razón que desconozco yo estaba allí también y me quedé mirando. Le dijo: primero, que se bajara las bragas y le enseñara “el chocho”… A lo que ella obedeció sin ni siquiera rechistar, es que ni siquiera lloraba, era la sumisión en persona. Cuando se hubo jactado y le dijo varias veces el asco y la repugnancia tan enorme que sentía por ese chocho, le dijo que abriera la boca para que él escupiera en la boca de ella, a lo que ella, nuevamente, obedeció. El chico no paraba de reírse y cuando hubo terminado con esto, que es una violación en toda regla, le dijo “ya te puedes vestir y cerrar la boca” y la dejó irse. Yo no hice nada, jamás. Jamás me chivé a la profesora. Jamás se lo conté a mis padres. Ahora mismo ni siquiera sé si alguna vez se lo he contado a alguien. Al día siguiente ella se sentó a mi lado, como siempre, y allí “no había pasado nada nunca”. ¿Cómo podemos llegar a esto? ¿Cómo una niña que sufre las agresiones, no responde ante otra agresión? ¿Cómo puede el miedo ser tan grande? ¿Por qué yo no hice nada? ¿Por qué esa niña ni siquiera lloraba? Me pasé meses durmiendo mal, y a veces de mayor aún recuerdo su cara, con la piel pálida y los ojos inexpresivos, abriendo la boca para que la escupan. Es lo más participativa que he estado en el bullying nunca. El bullying crea bullying pasivo, todos se callan la agresión y todos participan indirectamente. Lo siento mucho, si algún día ella lee esto y se siente identificada. Lo siento, Mercedes.

Adelgacé. Sana, sin problemas, moviéndome más y comiendo menos. Me vino la regla con 10 años y también ayudó al reparto de grasa por el cuerpo. Sobra decir que cuando volví totalmente cambiada tras el verano de 5º a 6º de primaria, tan delgada, todos me dijeron lo “guapa que estaba” todos me miraban cuando salía a la pizarra y acabaron las agresiones. Patético

En casa, con mi hermano... llevamos bien hasta los 3-4 años. Cuando empezó a coger los ordenadores empezó a “dejar de quererme”. Todo eran malas maneras, cada vez que le decía algo que no quería oír me empujaba, me pegaba, no respetaba los turnos de ordenador cuando me tocaba a mí, siempre me respondía borde. Jamás se hizo un mundo de eso, solamente se le decía G., deja a tu hermana.

Yo iba llorando a mis padres y ponían en duda si alguna vez yo “fingía” la agresión, porque en su cabeza no entraba que me agrediera tantas veces, siendo tan pequeña. Pensaban que a veces nos peleábamos, me tiraba yo sola al suelo porque me caía y al entrar decía “Me ha empujado él”. Como las agresiones no paraban y mis padres no hacían caso, mi única venganza cuando era pequeña era esconderle un peluche que él adoraba, uno de un conejo. Para eso sí que echaron cuenta, oye, sabiendo que era yo, claro. Para las agresiones que sufría por él no se sentaban a decirle “G., por qué haces esto?” Sin embargo conmigo todas las noches me preguntaban si sabía dónde estaba, que si no quería decir la verdad, que por favor fuera sincera…

El linchamiento psicológico que me hicieron para que confesara fue bestial, cosa que yo nunca hice, confesar. Durante un mes o más, me espiaban, abrían la puerta rápido para ver si tenía el peluche, me hacían llorar mientras me preguntaban, de la presión que me imponía que mis padres supieran que yo era “mala hermana” pero no querer reconocerlo. Por el miedo a que un día me pillaran con las manos en la manga dejé de hacerlo, y fue la última vez que molesté a mi hermano con intención. Simplemente asumí mi papel, tan pequeña y tan “consciente” de la historia, asumí que eso era lo que había, que no me rebelaría más.

Cuando crecí y engordé, fue el acabose. Antes solamente me pegaba como “”niños”” y al rato podíamos estar jugando, pero según crecimos fue tomando un tono de bullying preocupante. Mi propio hermano mayor, que siempre dicen que está para protegerte y ser tu ejemplo, me decía que le daba asco, que era repugnante, y que no quería acercarse a mí porque se iba a contagiar (delante de mis primas, por cierto).  Si jugábamos a algo que incluyera levantar el peso de la otra persona, como por ejemplo, atarnos a las cuerdas de las literas e ir cerrando la cama lentamente para sentir como se resbalaba, siempre decía cosas rollo “La vas a reventar y vamos a dejar de jugar, gorda” “Este juego no es para ti” “Si ella ha usado esa cama, yo no quiero usarlo ahora, que me da asco”. Si mi hermana pequeña se tropezaba, decía “jajajajajaja tontaaa jódete… ah, perdón, que eres tú, pensaba que eras (yo)”.

Cabría pensar que ante tal actitud, ante tal despliegue de odio en mi contra, mis padres actuarían de forma severa. Jamás.

Todo eran “peleas de niños” y todo se achacaba a los problemas de mi hermano, que fue al psicólogo durante un tiempo porque tenía posibles indicios de TOC. Todo lo que mi hermano hacía se catalogaba de “pobrecito, tiene problemas”. Jamás me dijo a mí nadie la palabra “pobrecita”. NADIE dijo NUNCA delante mía “pobre B. lo que tiene que aguantar” JA-MÁS.

Sin embargo, sí que escuché a mi madre decirle a mi padre “Pepito quiere a Juanita, aunque la trate mal, yo noto que la quiere, sin embargo Juanita no quiere a Pepito…” Es decir, a escondidas, escuché a mi madre decir que YO era la mala hermana, porque no lo quería, porque era tan fría que ni quería a mi hermano.

¿Cómo puedo querer a alguien que jamás me ha demostrado que me quiere a excepción de algunas risas esporádicas en la comida familiar? No, no quiero a mi hermano, no lo aprecio, no me importa lo que le pase, creo que es una persona egoísta, gilipollas, borde, infantil… no solamente conmigo si no con casi todo su entorno. Pero soy yo la mala hermana, soy mala persona, es el sentimiento constante.

Él estaba gordo cuando yo estaba delgada, él no tenía amigos cuando yo no paraba de salir a la calle, al cine, a la playa… ¿Le dije una sola vez “cállate, gordo” “cállate, que nadie te quiere, que no tienes amigos” en venganza? ¿Una sola vez le dije “A ver si adelgazas, hijo mío?” No. Jamás. Jamás he hecho bullying directo, ni siquiera a mi bully familiar. ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera hecho eso? ¿Si hubiera llamado gordo al “pobre niño”? ¿Si hubiera acusado de antisocial al “pobre niño con buen fondo”? No quiero ni imaginarlo. No lo hice porque no me sale decirle eso a nadie, no por el miedo al qué dirán, pero ahora de mayor me doy cuenta de la respuesta tan exagerada que se hubiera tenido conmigo “la madura” “la sensata” “la que le va mejor en la vida” linchando al “pobre niño”. Aunque ese pobre niño me haya hecho la vida imposible, eso no importa.  No solamente no le hacía bullying si no que como ex gorda sufrida, cuando mis padres le decían que perdiera peso, yo les decía que lo dejaran en paz.

Pero recordad que mi hermano, en el fondo, me quiere, ¿Verdad?  

Si os dais cuenta, la técnica siempre es la misma. CULPA… el caso es hacerte sentir que eres mala persona, que lo estás haciendo mal, que no eres buena hermana o hija.

Da igual que sea la única que ayuda a mi madre a limpiar, da igual que saque notas buenísimas para que mis padres sientan que el dinero que gastan en la Universidad es útil, da igual que sea la única de sus tres hijos que les cuente dónde voy, qué hago, que me siente a hacerles compañía después de comer, que llame a mi abuela, que les abrace espontáneamente… da igual que sea agradable con ellos, en general, a diferencia de los malos humores del susodicho, su antipatía, antisocial constantemente en el ordenador encerrado en su cuarto… siempre me hacen sentir culpable y rara vez escucho un “gracias” tras limpiar la casa o un halago general

Como ya he dicho, estuve gorda, y luego me puse “”normal”” con perdón de la expresión, me refiero a que entré dentro de los cánones considerados normales. Entré en una 38-40 y me sentía bien, yo no me avergüenzo de adelgazar en su momento porque aunque me hubieran llamado gorda, lo hice porque quería yo, no por presión social. Comía más sano, menos bollería, salía a caminar con mis amigas… a mí me gusta el deporte y me gusta comer sano. Y siempre fui muy consciente de que ahora la gente se me acercaba por delgada, las ex gordas tenemos una visión diferente de cómo funciona la amabilidad.

Aunque ya estaba “delgada” y era feliz, desconozco el motivo por el que un día decidí que tenía que adelgazar más. Jamás llegué al infrapeso oficial, pero estuve cerquilla, con 1.66 que mido pesaba 51 kg. Pasaba HORAS Y HORAS andando, y rara vez que comía más que unos bocados.

Luego, aprendí a vomitar, porque sí, vomitar toda la comida no es fácil, tienes que aprender y yo por desgracia aprendí.

Mis padres me pillaron vomitando porque vieron trozo de tarta de manzana en el baño y porque yo “me duchaba” durante muchas horas. Me sentaron, me dijeron que por qué lo hacía y que si quería ir a un psicólogo. Me llevaron a la médico general de siempre, que me pesó, midió y a la que le conté lo que sentía (probablemente tuviera un poco de depresión por toda mi casa en general).

Jamás volvieron a hablar del tema. A mi hermano lo llevaron como locos a psicólogos, y a los perfectos profesionales cuando mostró TOC o cuando descubrieron que sufría bullying en clase.

A mí no me llevaron a ningún lado jamás, ni me preguntaron si seguía haciéndolo, ni nada de nada. La única medida que tomaron es que me dijeron que de ahora en adelante comía y cenaba en casa siempre y cuando empecé a coger kilos se quedaron tranquilos. FIN. Eso fue todo lo que hicieron.

Engordé hasta ponerme más gorda que como estaba antes, de modo que ahora tengo una 42, es decir, algo de sobrepeso ligero. Lo que se suele decir estar un poco gordita. Mido 1.66 y peso 72 kilos, siendo, según el IMC, mi peso máximo 69 kg. No hay problema, me veo guapa, me gusto, voy a la playa, a la piscina, cero problemas con que mi novio o amigas me vean desnuda… y si algún día me apetece, adelgazaré unos kilos.

Pero la cruda realidad, es que aún vomito. No diariamente, pero sí cuando voy a comer a un restaurante o a cenar, y como mucho. Desde toda esa época no soporto la sensación de estar llena y vomito la hamburguesa, o los spaghettis, las chucherías… en general todo lo que “engorda”.
Y nadie lo sabe. “Voy al baño un momento” y asunto resuelto, ni siquiera mi pareja lo sabe. Si me preguntan por qué tardo, digo que hacía de vientre.

Me doy asco, porque me huelen las manos a vómito y tengo que echarme jabón para que nadie lo huela. Y me doy asco, porque por cosas así me da “”miedo”” salir a comer fuera, porque no quiero vomitar, pero sé que si salgo y me siento llena, lo haré. Y sobre todo me doy asco porque pienso “No sé para qué vomito, si siempre estoy igual de gorda”.

Y, para qué engañarnos, me veo guapa, sí, pero pienso que estaría más guapa con una 38. Que me rozarían menos los muslos. Que tendría menos michelines. Que tendría menos chicha en las caderas.

Pensaréis que mis padres, después de una época de bulimia se relajarían con cualquier comentario hacia mi cuerpo o mi dieta.

No. Aún tienen cojones de decirle a su hija ex bulímica “¿Ese va a ser tu desayuno?” “¿Ya estás comiendo tal chuchería?” “a saber qué comes cuando vas fuera”…  siempre en el sentido de que me hincho a pizzas, claro.

De hecho si tengo que comer algún dulce lo como fuera de casa, en mi casa, bajo la mirada de mis padres y oyéndoles pensar “gorda, gorda, gorda” jamás podría.




domingo, 24 de agosto de 2014

Bullying: ¿Y si a violar impunemente en grupo se aprendiera en los baños del cole?


 Tengo 22 años. Desde muy pequeña he sido inquieta, curiosa y rebelde. Y lo peor de todo, es que mi hermana, con la que siempre he ido a clase, también lo era.

Juntas éramos una unión indestructible, no necesitábamos a niños con los que jugar ni tampoco la aprobación de nadie.

Nos cambiamos tres veces de colegio y dos veces de instituto y en todos me he sentido acosada diariamente. A nadie le gustaba que una niña plantara cara a sus compañeros, fuera rebelde e independiente, ni que se enfrentara a los profesores. 

Por eso, recibí insultos diarios y daba igual la excusa. 

Siempre llevé chándal al colegio y al instituto porque era lo más cómodo. Me atacaban por eso. 

Por mis dientes, por mi pelo, por no tener "desarrolladas" las tetas, por jugar deportes con los chicos, por ganarles en las clases de gimnasia. 

Me marginaban constantemente e incluso los profesores fomentaban ese acoso. 

También recibí patadas en el estómago de chicos por plantarles cara. A la salida del colegio me esperaban para darme patadas en la mochila y amenazarme. Yo jamás se lo dije a mi padre, que era quien nos recogía del colegio. 

En los recreos me pegaron varios chicos porque "era muy vacilona" y me tiraron por una cuesta de tierra delante de todo el colegio. Recuerdo también que me tiraron una tapa de cemento en el tobillo cuando iba a rescatar un pájaro atrapado, tuve que salir cojeando del colegio. 

Tampoco a los profesores, que a veces incluso optaban por lanzar mi estuche contra la pared como forma de amedrentarme. 

Mi hermana y yo a pesar de ello, éramos imparables, pero habíamos normalizado el acoso y la humillación constante.

En el instituto también nos marginaban, las chicas nos ignoraban y los chicos nos atacaban por nuestro vestuario, por ser "pelotas", por ser vacilonas, por ser atrevidas. Por todo. 

En los últimos años de instituto el acoso ya tenía contenido más sexual. Ya no eran simplemente los "puta" que recibía por ligar con los chicos de clase, o por no querer hacerlo; ahora me atacaban por tener "muchas tetas". 

En los pasillos se apoyaban todos los chicos de la clase y me hacían "el paseíllo". Cinco minutos antes de que acabara cada clase, los chicos movían las mesas al mismo tiempo y me gritaban "suelo, suelo, suelo" y me miraban entre todos entre risas sádicas. 

En los cinco minutos de descanso, me encerraban en el baño o intentaban tocarme una teta. 

Pero lo que más hacían era cogerme de pies y manos y balancearme en medio del pasillo hasta que me dejaban tirada en el suelo. 

También hemos tenido que pegarnos por ganar respeto, sólo así entendían que estábamos enfadadas. 

Recuerdo una vez que a mi hermana le deshicieron el peinado que llevaba y le pegó una patada a un chico y le tiró al suelo. Después este le propinó unas cuantas patadas en la espinilla. Yo me enteré y fui a defenderla, pero me taponaron la puerta de clase mientras a mi hermana la pegaban.

Y esto era mi día a día en los colegios y en los institutos, en los recibimos el rechazo de la mayoría y el respaldo de muy pocos.


* Desde este blog se apoya la iniciativa noacosoescolar.wix.com/sobreviviendoalacoso de apoyo a víctimas y supervivientes del bullying. @_NoAcosoEscolar

sábado, 23 de agosto de 2014

Hagamos un pacto de no agresión entre mujeres





"Las personas oprimidas son especialistas en hostilidad horizontal, quizá porque no tienen medios para enfrentarse a un enemigo más fuerte" Florynce Kennedy

Florynce Kennedy fue la primera que habló hostilidad horizontal, para describir las guerras internas en algunos grupos feministas allá en los 70.

Más tarde, en 1999, Judith White demostró que la hostilidad horizontal siempre se dirige a alguien dentro del grupo oprimido organizado, que es percibido como menos puro, o con algunas características o alianzas con el opresor.


Pero bien, más allá de la hostilidad horizontal en grupos organizados, y extrapolando el término, considero que la hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y forma parte de la sistemática destrucción de sororidad que alienta el patriarcado y que creo que es la respuesta al hecho de que las mujeres nunca nos hayamos organizado agresivamente contra el patriarcado.


La hostilidad horizontal la aprendemos con el bullying. Es toda esa sororidad que se esfuma cuando somos adolescentes y vemos como nos atacan, como nos crujen, como nos destruyen por gordas; y como única respuesta comenzamos a atacar a las flacas, porque dan asco, porque son anoréxicas, porque obedecen los cánones, porque cumplen con el estereotipo patriarcal.


La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres. Lo aprendemos en la iglesia: las beatas contra las putas.

La hostilidad horizontal es la forma en que los hombres controlan a las mujeres gracias a otras mujeres. Es ese doble rasero que nos hace lincharnos entre nosotras por cosas nimias, por opiniones discordantes, que nos hace evaluarnos constantemente, vigilar nuestras conductas.


La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y los hombres lo han aprendido desde muy jóvenes. Con el bullying a niñas, que en general empiezan ellos y que ellas siguen.


La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y los hombres lo han aprendido con la Iglesia, que ellos instauran y construyen para que quienes acaban yendo a la iglesia sean las mujeres. Para que sea una cárcel de mujeres con mujeres carceleras.


La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y los hombres lo saben, saben cada vez que linchan a una mujer, que habrá "mujeres escudo" haciéndoles coro, para legitimar esa agresión, para excusarles en el patriarcado.


La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y los hombres la intentan activar cuando acusan a las votantes o a las mujeres del PP de las políticas machistas del PP. Porque señalar exclusivamente a las mujeres por cómplices de las políticas machistas es el "hijo de puta" o el "me follo a tu madre": es el atacar a los hombres a través de "sus mujeres".



Los hombres saben que la hostilidad horizontal es un deporte de mujeres por eso todas esas cizañas sutiles que son su chasquido de dedos para activar todas nuestras peleas de barro.

La hostilidad horizontal es un deporte de mujeres y los hombres saben que al mínimo chasquido de dedos comienza a funcionar toda nuestra maquinaria de autodestrucción programada.


CHÁS. Con sus chasquidos de dedos se infiltran en el feminismo con su misoginia sin revisar.

CHÁS. Con sus chasquidos de dedos separan a las mujeres y debilitan sus movimientos de lucha.

CHÁS. Los machirulos dan ese chasquido cuando se ensañan obsesivamente con FEMEN España o con Teresa Forcades, cuando se ensañan obsesivamente con cualquier feminista con la que no estemos en todo de acuerdo. Como si no pudiéramos estar de acuerdo solo en algunas cosas. Como si el feminismo fuera cuestión de todo o nada.

Porque saben, porque los del chasquido de dedos saben de nuestra hostilidad horizontal, porque saben lo fácil que es dividirnos.


Por eso hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Vamos a aprender a no amarnos tanto, y así aprenderemos a no odiarnos tanto.
¡Oh! ¡Vamos! Que para amores que cruzan límites, que nos stalkean y no nos respetan, ya tenemos el amor heteromachirulo.

Vamos a revisar nuestras conductas de femifans, las del "me has decepcionado" o  "eres una enemiga del movimiento"



                          https://www.youtube.com/watch?v=snuUBs_iQGg


Vamos a aprender a no amarnos tanto, y a no odiarnos tanto.

Porque con esos amores que matan, acabamos linchándonos.... al mínimo chasquido de dedos machirulo.

CHÁS, chasquido de dedos y de nuevo divididas, de nuevo jodidas. De nuevo solas frente a los lobos.

CHÁS, chasquido de dedos y ellos siempre unidos. Nosotras siempre solas.


Por eso hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Vamos a aprender a no amarnos tanto, y a no odiarnos tanto.

También en el feminismo, porque decidme, ¿no es la lucha por los derechos de las mujeres una cuestión de intereses, de ruta, de estrategia, y no de identidad, de todo o nada, de adscripción sectarea?

Oh! Vamos! Que para amores que cruzan límites, que nos stalkean y no nos respetan, ya tenemos el amor heteromachirulo.

Vamos a respetarnos como personas, con nuestras decisiones distintas y nuestras identidades diversas.


Por eso hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Hace unos años tenía un par de amigas feministas con las que no era capaz de hablar sin miedo a equivocarme. Miedo a decir algo inoportuno, patriarcal.

Y conozco a muchas mujeres que no se acercan a las organizaciones feministas precisamente por eso. Porque a veces ven en las mujeres que llevan organizadas muchos años una superioridad despreciativa.

Obvio que gran parte de esta hostilidad es percibida (alimentada por la campaña de demonización del feminismo) y no real; ya que las feministas somos las que más nos revisamos la hostilidad horizontal; pero también es cierto que hay parte de verdad en esa fama y que todavía a veces desplegamos conductas de purga o excesivo celo entre nosotras. 

Especialmente en las redes. Especialmente en las redes CHÁS.


El otro día, cuando conseguimos llevar #NoEstásSola a TT y salir en algún periódico pensé en la fuerza del feminismo también en las redes.

Y a la vez, en la cantidad de cartuchos que se queman en trifulcas y cómo nos  separan a las #feministasenred entre nosotras. Por un mínimo error. Por una opinión discordante. CHÁS


Por eso hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Vamos a aprender a no amarnos tanto, y a no odiarnos tanto. También en las redes.

Para que no usen el feminismo para decirle nunca a una mujer lo que tiene que hacer, no usemos el feminismo para decirle a una mujer lo que tiene que hacer.

Y por cierto, hay algunas feministas que nos equivocamos. Sí, todas.


Por eso hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Y ya que somos tan expertas en perdonar a hombres, vamos a empezar a aprender a perdonarnos entre mujeres.


Hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

Ni beatas contra putas, ni gordas contra flacas, ni feministas contra machitontas, ni proletarias contra burguesas (esto último no en esta guerra, pero ya nos vemos en la próxima...).

Porque con sus chasquidos de dedos CHÁS , nos aíslan para atacarnos mejor. Y luego cuando la puta es violada o la machitonta enfrenta maltrato, ¿a quién recurre?


Hagamos un pacto de no agresión entre mujeres.

¡Vamos a desaprender ese bullying patriarcal!, ¡vamos a dejar de rezar y de limpiarles sus iglesias machirulas!

¡Y vamos a ser capaces de articular una autodefensa efectiva, que nos arme para dejarles sin dedos!


Sí, sí, eso, CHÁS, CHÁS: ¡vamos a partirles las falanges por cada chasquido de dedos!